Agora

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¿Qué tal amigos?

Como decíamos el último día, la redacción de El Rotoscospio está un poco patas arriba y las actualizaciones se atrasan más de lo que nos gustaría.

Entre los comentarios pendientes teníamos a Agora, la película española más esperada de la temporada.

El film, cuyo argumento no voy a explicar porque ya os lo sabéis de sobra, está interpretado por Rachel Weisz (El jardinero fiel), Oscar Isaac, y Max Minghella, hijo del fallecido director Anthony Minghella, y supone un salto gigantesco en la carrera de Alejandro Amenábar. Salto gigantesco, no porque la película sea excepcional, sino por la cantidad de recursos, económicos, humanos y técnicos, que ha tenido que administrar y dirigir para sacar adelante este magnánimo proyecto nunca antes visto en el cine español.

Y es que, como pudimos ver en el breve repaso que le dedicamos a la carrera de Amenábar, este es uno de los directores más ambiciosos que existen actualmente. Cada película suya es un reto personal, con el que se crece y siempre sorprende. Personalmente, me fascinó con Tesis, me ganó con Abre los ojos y me acabé de rendir a sus pies con Los Otros. Luego cambió de género con Mar adentro y me dejó más bien fría. Ahora ha llegado con Agora y no puedo hacer otra cosa que pedirle a gritos que vuelva a sus orígenes.

Que Amenábar es un superdotado lo sabemos, que domina el thriller y el suspense a la perfección lo sabemos, pero que a veces la ambición lo puede llegar a superar es algo que hemos visto en este último proyecto.

En lineas generales, Agora me parece una película un tanto pretenciosa. Las recreaciones de la biblioteca de Alejandría y demás escenarios son magníficas, las actuaciones están a la altura, la historia es interesantísima y el guión está bien elaborado, en colaboración con Mateo Gil (Nadie conoce a nadie), quien ha dirigido algunos planos de la segunda parte del film. Sin embargo, hay momentos durante las dos horas de metraje en los que me llegué a aburrir, ya que la combinación entre drama, acción, cine histórico y amor es difícil de cuajar, y el paso entre una trama y otra es a veces larga y lenta, y otras veces rápida e inesperada, lo que provoca que, cuando estás metida en una historia, te salte a otro argumento y te pases todo el rato deseando que vuelva a la trama anterior. Por otra parte, relacionado con esto, la película se nos ha vendido, por activa y por pasiva, en entrevistas, en pósters y en tráilers, como ‘la historia de Hypatia’, y la decepción llega cuando ves que los minutos que Hypatia está en pantalla es mucho menor de lo que una esperaba (¿es Hypatia más protagonista que su esclavo Davo?).

Si he tardado una semana en escribir esta entrada no solo se ha debido al poco tiempo disponible para sentarme delante del ordenador, si no a que durante todo este tiempo he estado reflexionando para acabar de determinar si me ha gustado o no me ha gustado la película.

Definitivamente puedo afirmar que el final es tremendamente bello, y lloré, sí, lloré. La historia de Hypatia, a mi parecer interrumpida por el resto de escenas de la película, es sensacional, Max Minghella ha sido el mejor descubrimiento y la sutileza con la que se han rodado algunas partes y algunos planos, es deliciosa. Sin embargo, los diferentes ritmos de la película rompen con el equilibrio narrativo del film y una, que tampoco es muy diestra con el cine épico, acaba perdiéndose y, como se diría en el futbol cuando tu equipo está haciendo un partido horrible, ‘pidiendo la hora’.

Aunque estamos seguros de que Agora acaparará nominaciones y premios Goya, y posiblemente logre meterse en la carrera por los Oscars y pesque alguna nominación, a esta película le sobra Amenábar y le falta más Hypatia.
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